En cuarentena, sigue la resistencia al sistema

Fue viernes y 13 el día que se reportó en Guatemala el primer caso de COVID-19. Ese segundo fin de semana de marzo y primero después de la noticia, la dinámica transcurrió con normalidad, la gente se dio, sin dimensionarlo, los últimos besos y abrazos de saludo y despedida, los comercios funcionaron como cualquier otro sábado o domingo, y la gente pues salió a la calle, probablemente sin considerar lo qué estaba por venir.

El 15 en la noche se conoció el fallecimiento de la primera persona por coronavirus en el país, un hombre de más de 80 años, y el presidente Alejandro Giammattei, anunció una serie de medidas de contención que, como en el resto del mundo, han tenido un impacto irreversible en la vida de las personas y en la economía del país. Esa semana se cancelaron todas las actividades educativas, religiosas, labores no esenciales y el transporte público. Siete días después se impuso un toque de queda con el cual quedó prohibida la circulación de personas y vehículos durante 12 horas diariamente.

Desde entonces el miedo cobró otra dimensión, existe incertidumbre por no saber qué pasará más adelante, cientos de personas están en las calles buscando solidaridad porque cada vez, hay más estómagos vacíos en diferentes partes del país. Mucha gente perdió el trabajo o se vio obligada a aceptar un recorte salarial, un significativo número de pequeños negocios y comercios cerró; por las medidas decretadas el comercio informal en gran medida se paralizó y en el campo muchos de los productos no se pudieron transportar.

Al cierre de esta edición se reportan 2,512 casos en Guatemala, y según Edwin Asturias, médico y experto en epidemiología las últimas semanas de mayo y primera de junio el virus estará en su pico más alto; alarmante situación en un país donde existen 45 hospitales y 8,453 camas, según el Ministerio de Salud.

Un monstruo insaciable que no descansa

El sistema. Ese en realidad es el virus que envenena y contamina porque explota territorios y extrae sus bienes naturales. El despojo ha sido una constante en el país, por años los pueblos lo han denunciado y resisten frente a ese monstruo que no da tregua ni en época de pandemia.

Lesbia Villagrán es de San Rafael Las Flores, un municipio del departamento de Santa Rosa, en donde hace más de tres años comunidades organizadas y en resistencia decidieron instalar, las 24 horas, un plantón en la localidad de Casillas para impedir los trabajos de la empresa minera San Rafael S.A.

En el municipio, la población acata las normas de confinamiento pese a que conlleva días de hambre para muchas personas, “es lamentable la situación porque no se puede trabajar y muchos se ven obligados a pasar de casa en casa para pedir comida”, agrega Lesbia al mismo tiempo que denuncia como la empresa minera sigue funcionando. Por las medidas decretadas, “la resistencia que se está haciendo se levantó en Casillas porque no otorgaron el permiso para permanecer en el plantón y desde ese momento entran y salen los camiones de la empresa, nosotros mandamos a hacer vallas y las dejamos puestas, pero ese mismo día, a la hora del toque de queda, las quitaron. Para uno es penalizado estar en la calle, pero para los empresarios de aquí no ha habido cambio”, señala.

Ésta es una de las tantas las realidades de cara al COVID-19, que quedan fuera de las coberturas informativas. Durante más de dos meses los medios de comunicación y las redes sociales, están saturadas con información del número de contagios, de muertes, del impacto en la economía, del aumento en los índices de pobreza y de las carencias del sistema de salud. Es necesario dar cabida a las voces de quienes se enfrentan a ese monstruo insaciable que vende la idea de un desarrollo que pagan muy caro las mayorías y la naturaleza, porque contribuye a evidenciar que esta es una crisis global y social, ecológica y económica, producto de los impactos ambientales acumulados provocados al planeta. Muy poco se ha dicho de cómo la destrucción masiva de ecosistemas, la depredación y el saqueo de bienes naturales reduce los espacios para la vida silvestre y expone a los seres humanos a nuevas formas de contacto con microbios; de cómo la industrialización de la producción de alimentos animales es la principal fuente de contagio al provocar mutaciones de los virus que afectan a la especie humana.

Insistir en ello es fundamental para generar conciencia de la urgente necesidad de defender los bosques, el agua y la tierra, sobre todo en las áreas urbanas. María Caal, concejala de la Corporación Municipal de Cahabón y parte de la resistencia por la defensa de uno de los ríos más grandes del país, el río Cahabón, en Santa María Cahabón, Alta Verapaz, asegura que resguardar estos caudales de agua es vital para proteger la vida. La tarea nunca ha sido fácil pero, al igual que en San Rafael Las Flores, estos últimos meses se ha complicado aún más por la pandemia y por la orden gubernamental de permanecer en las casas. “Se han suspendido muchas actividades, la resistencia no ha parado porque seguimos firmes en la lucha por defender el agua, y hemos estado informando a las comunidades, pero ha sido más difícil todo”. De este municipio es también Bernardo Caal, líder q’eqchi’ sentenciado a 7 años y 4 meses de prisión por enfrentarse a las garras del monstruo, e impedir que los proyectos hidroeléctricos de la empresa Oxec S.A. acaben con el río Cahabón. “El proceso que iniciamos para su pronta liberación, con esta situación del coronavirus, se ha estancado, y mi hermano sigue estando preso injustamente y con el riesgo al contagio por la falta de medidas de salud que hay en la cárcel, pero nosotros seguimos luchando por él y por el río”, afirma María.

Guatemala cuenta con condiciones naturales favorables para disponer de agua suficiente, pero la realidad para la mayoría de la población es otra. Por ejemplo, sólo en el municipio de Guatemala de 250 mil hogares atendidos por la Empresa Municipal de Agua, 50 mil no cuentan con el servicio. Los datos cobran mayor relevancia de cara al COVID-19, sobre todo porque lavarse las manos, todas las veces posibles, resulta ser indispensable para enfrentar y salvarse de la enfermedad.

“Nosotros defendemos los ríos porque las empresas los están destruyendo, los desvían y los contaminan, y eso nos afecta a todos, con qué agua nos vamos a limpiar del virus si los ríos están secos” cuestiona María quien al igual que Lesbia coinciden al enfatizar que “no más se levante el toque de queda volvemos con más fuerza a la resistencia”. Su convicción es genuina, sobre porque han enfrentado firmemente, como cientos de mujeres y hombres en los diferentes territorios, a un sistema voraz que las persigue, criminaliza y violenta, y hoy a un virus que agudiza las condiciones de pobreza y hambre en las comunidades.

Fotografía Alianza por la Solidaridad

En San Rafael Las Flores, “es tremendo lo que se vive y se mira, la vida es dura, la canasta básica aumentó, la libra de tomate por ejemplo llegó a costar 9 quetzales -poco más de un euro- y la ayuda prometida por el gobierno no ha llegado”. Lesbia perdió el trabajo, los dueños de la casa a la que diariamente iba a cocinar y limpiar le dijeron que por seguridad ya no llegara, hace algunos meses se quedó sin el apoyo de su familia por estar en la resistencia, hay días que los ha pasado sin tener algo para comer, “pero yo sé que de esta salgo, y volveré al plantón a hacerle frente a la empresa”.

Los ingresos en la población se han reducido, la disminución de horas para la movilización de las personas ha impedido la generación de una entrada de dinero. De los apoyos prometidos por el gobierno, “no se ha visto nada aquí”, comenta María, y aunque reconoce que el virus ha afectado la economía de la población, “en las comunidades hacemos resistencia porque cortamos un poco de hierba y vamos a la milpa, es de esa tierra que tanto defendemos y por la que estamos dispuestos a dar la vida, que sacamos algo de comida. Aunque el gobierno y las empresas nos persigan, nosotros vamos a seguir luchando por los ríos, los bosques y la tierra porque es ahí donde está la vida y porque es lo único pienso yo, que nos hará más fuertes para enfrentar el virus”, concluye.

Colectivo MadreSelva


[Fotografía de portada de Simone Dalmasso]