Aunque con retraso, los medios de nuestro país se han acabado haciendo eco de uno de los fenómenos de los últimos meses: Greta Thunberg, la niña de 16 años que, con la sensibilidad especial del síndrome de Asperger -en este caso un valor- inició una lucha en solitario denunciando la inacción de los gobiernos y las élites mundiales frente al “cambio climático”.
El gesto de Greta es importante, porque es una propuesta clarividente para la nueva generación de cómo ubicarse en este mundo que se han encontrado. Pero, al mismo tiempo, también reúne todo lo que los medios comerciales fagocitan para crear iconos de consumo mediático. Por eso lo mejor que podríamos hacer para respetar la dignidad de Greta Thunberg es dejar de hablar tanto de ella. Porque, si Greta es el dedo que señala la luna, haríamos mal de quedarnos mirando el dedo.
Nace un nuevo movimiento
El pasado mes de noviembre la City de Londres veía como 5 puentes del Támesis quedaban bloqueados en una acción coordinada de más de 6.000 activistas de un nuevo movimiento: Extinction Rebellion. La acción terminó con 50 detenciones. Pocos meses después ya encontramos núcleos de Extinction Rebellion –aquí Rebelión o Extinción- por los cinco continentes.
Más o menos al mismo tiempo se constituía By 2020 We Rise UP (“En 2020 nos alzamos”), una coalición europea de movimientos y organizaciones ecologistas, algunos con larga trayectoria en la defensa del territorio frente a proyectos extractivos y grandes infraestructuras, como Ende Gelände de Alemania u otros de Austria, Suiza, Francia, la República Checa, Polonia, Portugal y el Estado español. El principal objetivo es organizar una gran acción de desobediencia civil por la emergencia climática y ecológica el próximo año.
Y en las últimas semanas, inspirados en el gesto y el mensaje de Greta Thunberg, se han ido extendiendo rápidamente de instituto en instituto y de ciudad a ciudad a partir del centro de Europa por todo el continente los Fridays For Future movilizando decenas de miles de estudiantes.
No entraremos a analizar una por una estas nuevas iniciativas. Lo que nos interesa ahora es el mensaje común, que nos permite hablar de un nuevo movimiento. En realidad no es un mensaje nuevo, nada que no venga diciendo una parte de la comunidad científica y el ecologismo social desde hace décadas. Pero ahora el mensaje emerge con una nueva fuerza y énfasis. Lo podemos resumir con un párrafo del manifiesto firmado por un centenar de científicos y científicas británicas el pasado octubre:
“La evidencia científica es clara, los hechos son irrefutables y para nosotros es intolerable que nuestros hijos y nietos tengan que sufrir las terribles consecuencias de un desastre sin precedentes que hemos creado nosotros mismos. […] Cuando un gobierno evade intencionadamente su responsabilidad de proteger a la ciudadanía contra cualquier daño y asegurar el futuro de las próximas generaciones, incumple su deber. El “contrato social” se ha roto y por eso no sólo es nuestro derecho, sino también nuestro deber moral eludir la inacción del gobierno y rebelarnos para defender la vida.
Es por ello que declaramos nuestro apoyo a Extinction Rebellion que comienza el día 31 de octubre de 2018. Apoyamos plenamente a las exigencias al gobierno para que explique la dura verdad a la ciudadanía. Reclamamos la creación de una Asamblea Ciudadana para que trabaje con la comunidad científica basándose en las evidencias existentes y de acuerdo con el principio de precaución para desarrollar urgentemente un plan viable para la descarbonización rápida y total de la economía”.
- Un primer mensaje es, pues, que ya no podemos seguir hablando de cambio climático, sino de emergencia climática y ecológica. Porque el horizonte de eventos incontrolables e irreversibles, no es sólo muy grave, sino inminente. Por citar una de las proyecciones más reconocidas, la del IPCC, tenemos hasta el 2030 para reducir un 45% el nivel de las emisiones de 2010, y hasta el 2050 para detenerlas completamente, si se quiere tener posibilidades de limitar aumento de la temperatura por debajo de 1,5 grados, incremento que por sí mismo ya conllevará consecuencias graves. Y porque a todo ello hay que sumar también la gravedad y aceleración de la pérdida de biodiversidad y ecosistemas.
- Por lo tanto es evidente que estos objetivos imprescindibles e improrrogables de reducción de emisiones conllevan una gigantesca transición energética, económica, social, tecnológica y cultural sin precedentes. Transformaciones que normalmente en la historia se han producido a través de generaciones, deben ser acometidas en un periodo muy corto de tiempo, con todas las implicaciones que ello conlleva.
- En tercer lugar nos dicen que no podemos albergar ninguna esperanza en que los gobiernos y las élites mundiales encaren por sí mismas esta transición imprescindible mirando por el bien común, ni en milagros tecnológicos que permitan mantener la quimera del crecimiento productivo. Desde el Informe del Club de Roma de 1972 estas élites han sabido hacia dónde íbamos cada hora, de cada día, de cada año, en cada cuenta de resultados de estas casi 5 décadas. Dejar la gestión de esta crisis en sus manos equivale a prepararnos para el fascismo, es decir por gobiernos altamente autoritarios y un elevado grado de violencia estructural y física.
“Donde muere la esperanza, empieza la acción”
En todos los movimientos emergentes, la tendencia de pensarse como el inicio y el centro de todo es casi inevitable. Pero la historia está hecha sobre una estela de rebeliones, casi nunca victoriosas, pero casi nunca derrotadas por completo. El coraje que convocan estos nuevos movimientos no está reñido con la humildad de pensarse como parte de esta saga.
Sería muy poco “científico”, por ejemplo, un relato de la historia de la energía fósil y del extractivismo capitalista sin hablar de patriarcado o de colonialismo, no sólo como hechos históricos, sino como realidades que siguen operando hoy como a poderosas losas sobre los cambios necesarios. Porque el punto clave y el reto más complicado para la transición que urge no radica tanto en los cambios tecnológicos, como en los culturales, sociales y políticos.
Pero, a la vez, con todas las luces y sombras que le podamos encontrar, este nuevo movimiento lleva un mensaje que lo trasciende, un grito de la conciencia humana que ha llegado para quedarse. Porque, como tituló Naomi Klein, “esto lo cambia todo”.
Y es aquí donde hay que abordar la parte emocional del mensaje. Estamos hablando de una de las realidades más duras que puede asumir, individual y colectivamente, la conciencia humana: la amenaza cierta sobre el futuro de la humanidad en un horizonte temporal cercano. Y también de la necesidad de deshacerse de la seguridad y comodidad que de alguna manera tenemos, en que hay una élite que se encarga de organizarnos racionalmente el mundo, por muy críticas que seamos sobre su racionalidad.
El mundo, tal como lo hemos conocido, se acaba. Y el mundo que viene apunta de entrada un mal pronóstico. Sentir este duelo es importante en la medida que nos indica que hemos entendido bien la situación, pues a veces las verdades más enormes son las cuestan más de ver. Pero este ejercicio no tiene como objetivo el abatimiento, sino que es un paso para poder asumir en toda su dimensión el empoderamiento social necesario para rebelarnos organizadamente contra este mal pronóstico.
El logo de Extinction Rebellion, un reloj de arena, nos planta en la cara que el factor tiempo es clave. Que ya no estamos ante la “verdad incómoda” de que nos hablaba Al Gore a principios de siglo. Más allá de los debates sobre fechas y plazos exactos, más profético y mediático que científico, la cuestión es que estamos en el tiempo de descuento, en el tiempo de la verdad desnuda, sin adjetivos, donde las palabras y los hechos ya no pueden ir por diferentes caminos. El tiempo de poner en juego lo mejor que la humanidad ha cultivado para el bien común. Tiempo de convocar lo mejor de todas y todos. Porque, como dice uno de los lemas que se gritaban en los puentes de Londres el pasado noviembre, “donde muere la esperanza, empieza la acción”.
Àlex Guillamón (coordinador de Entrepueblos)
Fuente: elcritic.cat