La pandemia: revela una crisis sistémica a nivel global. Alternativas desde los movimientos sociales en America Latina.
Estamos frente a la primera pandemia realmente global, que deja al desnudo las enormes carencias, supremacías, desigualdades de un mundo globalizado con hegemonía capitalista, patriarcal y colonial.
Es casi un consenso el asumir que estamos frente a una crisis paradigmática, más exactamente, crisis de un Marco Civilizatorio, con prioridad del paradigma del mercado, la especulación, el avance invasivo sobre cuerpos, tierras, territorios, sustentada en una cultura de individualismo creciente, que marca los horizontes y alternativas de una sociedad. La pandemia ha acentuado la encrucijada civilizatoria que enfrentamos, dejando al desnudo la tremenda disputa entre un modelo económico depredador y nada menos que la sostenibilidad de la vida. Lo que nos coloca en un momento de “interregno”, del que hablaba Gramsci[1]: cuando lo antiguo está en crisis, ya no convence, ya no responde a las preguntas, necesidades y deseos vitales… y lo nuevo aún no se posiciona, aún está en proceso de encontrar sus cauces de acción y sus coordenadas de reflexión. Por lo mismo, es también una crisis epistémica, de desorientación cognitiva, que pone la necesidad de avanzar hacia un nuevo horizonte de sentido histórico que construya condiciones para vidas que merezcan ser vividas.
Esta crisis también arrastra a la institucionalidad global, regional y nacional. Las Naciones Unidas están tremendamente debilitadas, el multilateralismo, tan importante en experiencias como la pandemia, está profundamente resquebrajado, con la pérdida creciente de hegemonía norteamericana. En América Latina, el sistema interamericano, incluyendo la OEA, ha perdido su relevancia, instancias más democráticas como UNASUR han dado paso a nuevos arreglos geopolíticos, como ProSur, mucho más conservadores e inefectivos. Todo esto acompañado de una creciente debilidad de la democracia, cooptada por los poderes económicos (que han aumentado exponencialmente sus ganancias en pandemia, a costa de la vida de millones de personas). Y el surgimiento de tendencias no solo conservadoras sino claramente fascistas. La desigualdad, el autoritarismo, el desprecio por la vida de otrxs, además del fuerte racismo preexistente, vemos el surgimiento de un racismo ambiental– que define quienes son los más infectados, quienes son los que más mueren. Brasil es el caso más escandaloso: el exterminio viral de indígenas y negros. Esta experiencia pone al fascismo y al racismo en el centro de nuestra reflexión
Por lo mismo, es una era de redefiniciones urgentes. Es un momento, como dice Maristella Svampa (2020),[2] de liberación cognitiva, que nos lleva a superar el desconcierto y la inamovilidad, para audazmente pensar que aquello que deseábamos, pero veíamos aún lejano, o inviable, o simplemente inimaginable, y hoy comienza a tener visos de realidad… al abrirse otras dimensiones para la acción y otros horizontes de transformación. Y las posibilidades no son muchas: O volvemos a la “normalidad” que ha producido estos desastres en el mundo, o apostamos por profundizar un cambio de paradigma – desde una nueva matriz ecosocial, anticapitalista, antipatriarcal, de justicia ambiental, social, sexual, étnico racial— Esta es la alternativa a la que aspiran y apuestan los movimientos sociales y las resistencias del Sur global.
Expresiones prefigurativas que auguran otros horizontes de justicia y democracia
Las dos décadas transcurridas en el nuevo milenio, especialmente la segunda, han contenido una ola global de movimientos y revueltas Las dinámicas actuales que han estado impulsando los movimientos ecológicos, indígenas, urbano populares, afrolatinos, LGBTTI, jóvenes, estudiantes, así como los feminismos en su enorme diversidad, nos ofrecen otros aprendizajes, abriendo un horizonte de posibilidades, sustentados en las resistencias cotidianas y la incidencia públicas.
Los movimientos en América Latina trajeron no solo la novedad de incidir en la transformación de espacios y dimensiones antes no colocadas, como la vida cotidiana, el racismo, la diversidad sexual en todas complejidades. Se han desplegado también formas de organización y articulación diversas y novedosas. Como afirma Jeffrey Pleyers[3], resistiendo las jerarquías, impulsando horizontalidad, liderazgos diluidos, no aferrados, estructuras más bien laxas, formas de organización coyuntural, en red, ofreciendo nuevos flujos de información, facilitando contacto directo entre activistas, en el país, la región y a nivel global. Han surgido otras formas de estar en movimiento, facilitando e inaugurando intercambios entre las redes, las organizaciones urbanas y rurales, las académicas, los diálogos interculturales, a nivel de los países, de las regiones y a nivel global. En algunos países ha habido logros importantes, como en Perú donde en plena pandemia se ha logrado la firma del Convenio 189, sobre los derechos de las trabajadoras del hogar, quienes perdieron masivamente sus empleos. Y se ha conseguido también la aprobación de la ley de paridad y alternancia en las listas parlamentarias y en las instancias electorales en general. Varias de estas dinámicas tienen historia de resistencia de las mujeres en muchos de los países de la región, pero eran impensadas inicialmente en pandemia, en un momento de cuasi inmovilismo, han profundizado y/o provocado la generación de un tejido colectivo comunitario que articula formas de solidaridad y resistencia en y desde los territorios, especialmente en aquellos espacios donde generalmente el Estado no llega, o llega mal.
En estos procesos, algunos autores[4] señalan la importancia que adquiere la defensa de la autonomía, tanto en relación a la independencia de los partidos políticos y gobiernos, preservando espacios de decisión propios, como también para reproducir sus propias condiciones de vida y avanzar luchas y resistencias hacia la transformación más allá de lo estatal. Hay una reivindicación de lo plebeyo, de la cultura popular, de las identidades indígenas, de los feminismos plurales, de Abya Yala, desplegando una crítica tenaz a la cultura dominante y recuperando y afirmando las propias culturas y cosmovisiones. Son luchas múltiples, algunas de ellas, como las feministas, con una masividad no tenida antes; con experiencias de comunicación horizontal, de liderazgos compartidos y generalizados, no únicos. Y, más y más, asumiendo la urgencia de la interconexión.
Todo ello está teniendo claros impactos en las subjetividades, también en formas nuevas de articulación. Hasta antes de la pandemia, la calle era el lugar privilegiado de la protesta. Con el encierro que ha traído la cuarentena, muchas de las articulaciones anteriores han perdido fuerza, algunas organizaciones han reducido sus acciones, Se han cerrado muchas de las dinámicas de lucha y organización previas, pero otras alimentan procesos de apertura y formas otras de organización, desde un sinfín de iniciativas. Se han extendido acciones concretas en cada uno de los barrios a través de ollas comunes, comedores populares o distribución de alimentos, atención a las personas mayores. Son actividades de cuidado solidario, generando un espacio de contención emocional, de creatividad, de resistencia y de desobediencia. Han surgido también iniciativas amplias de solidaridad entre movimientos. Por ejemplo, en Brasil el Movimiento Sin Tierra, con una fuerte organización feminista a su interior, hace recojo de toneladas de alimentos y los distribuye para las ollas comunes. Se despliegan también ferias itinerantes con aquellos productos que no tienen salida a los mercados. Pero también la calle ha seguido siendo escenario, de más y más experiencias de lucha, por la democracia, contra el racismo, por los derechos sexuales y reproductivos y el aborto, por la violencia hacia las mujeres, por la democracia en los países, contra la criminalización de las protestas, por la democratización urgente de los sistemas de salud, educación, etc. Todo ello acompañado e impulsando otra subjetividad: la indignación por la tremenda injusticia social, económica, política, física, virtual, que ha evidenciado la pandemia, la cual ha dejado al descubierto la forma escandalosa en que se ha producido la tremenda desigualdad. Si bien todas estas dimensiones han sido parte de las agendas de lucha previas, en la pandemia se han visto atacadas o debilitadas o mostrándose en toda su escandalosa desigualdad.
Una característica importante es la territorialidad de las luchas, que aparece hoy como elemento constitutivo de la acción de los movimientos sociales. El territorio se convierte en espacio de resistencia, en ámbito de creación de nuevas relaciones sociales y de reconocimiento de nuevas presencias y realidades pluriculturales y, multiétnicas. Y si bien estos giros expresan el énfasis en lo local-nacional, es importante considerar que lo global y lo local no son mutuamente excluyentes. Lo territorial es el espacio de raigambre cotidiana, donde se despliegan prácticas sociales, de amor, de resistencias, donde se recrean experiencias innovadoras o históricas de organizar la vida y la solidaridad.
Es claro que acercarnos a estas complejas realidades nos obliga a revisar nuestras mismas categorías de análisis y estrategias de acción, porque justamente el reto hacia un futuro diferente requiere recuperar todos estos espacios concatenados, intersectados, en un mundo cada vez más diverso, pero también más amenazante. Las características pluriculturales y multiétnicas de nuestras sociedades, la existencia de formas otras de conocimiento y de interrelación, la búsqueda de intercambios interculturales democráticos, etc. nos obliga a des- hegemonizar pensamientos únicos, recuperar otros saberes y cosmovisiones, que sustenten y expandan las agendas de resistencia y búsqueda de alternativas.
Este rol preponderante que ha asumido el Estado en la pandemia, ha evidenciado su responsabilidad para intervenir, negociar y administrar las tareas y los recursos necesarios para lograr la superación de la crisis. Ha hecho visible la perversidad de la privatización de estos servicios y derechos ciudadanos que han dejado en el despojo más absoluto a la mayoría de la población de los países. Ha cuestionado profundamente la aspiración neoliberal de un Estado pequeño, que le da el poder a los grandes capitales y descuida totalmente su función hacia el bienestar de la población. Y ha mostrado la enorme limitación de los estados-nación en América Latina para hacerse cargo de las poblaciones más distantes de los centros de poder. y servicios, y de la diversidad de nacionalidades, culturas, etnias, idiomas que existen en su territorio. Y que también son los más vulnerables.
Todo esto no significa que ya se esté dando el gran cambio, pero si abre pistas que enriquecen nuevas subjetividades, acentuadas incluso más en pandemia: la indignación por tremenda inequidad en recursos, económicos, emocionales, de salud, de educación, de perspectivas de vida. La certeza de necesitarnos, de solidarizarnos para sobrevivir mejor, es comenzar también a vislumbrar un nuevo paradigma, recuperando dimensiones de interconexión que habían quedado arrinconadas con el discurso del individualismo como central a la lógica de competitividad y egoísmo propia del capitalismo patriarcal, racista y colonial que pretende neutralizarnos. Este es el sentido del Pacto Social, Ecológico, Económico e Intercultural[5] para América Latina, que invita a construir imaginarios colectivos, articular formas múltiples de luchas de los más diversos ámbitos de la sociedad.
Virginia (Gina) Vargas
[1] Gramsci, Antonio 1988, Notas sobre Macchiavello: El Estado y la Política. Análisis de Situación y Relaciones de Fuerza. Juan Pablos Ed. México.
[2] Svampa Maristella 2020. Reflexiones para un mundo post-coronavirus. Revista Nueva Sociedad. Abril 2020
[3] Pleyers, Geoffrey Movimientos sociales en el siglo XXI: perspectivas y herramientas analíticas. (2018). CLACSO.
– Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
[4] Massimo Modonesi y Mónica Iglesias 2016. Perspectivas teóricas para el estudio de los movimientos sociopolíticos en América Latina: ¿cambio de época o década perdida? De Raíz Diversa vol. 3, núm. 5, enero-junio. UNAM, México
[5] Esta iniciativa impulsada por un grupo de personas y organizaciones de diferentes países latinoamericanos, asume “ … la urgencia de construir dinámicas sociales capaces de responder a y contrarrestar las dinámicas de reacomodo capitalista, concentración de riqueza y destrucción de ecosistemas que vemos surgir en medio de la crisis del COVID-19, y de configurar, conjuntamente con quienes deseen juntarse, un horizonte colectivo de transformación para Nuestra América que garantice un futuro digno
[Imagen de portada Revista Bravas]