¿Educar de otra manera?

Rompiendo los muros de la escuela

Partimos de la firme creencia de que la escuela no está en una comunidad (un pueblo o un barrio) sino que forma parte de ella. Por ello no sólo participa en actividades sociales (como ahora ofrecer sus locales para la realización de actos comunitarios) sino que también las pone en marcha, las facilita o las lidera.
Si el centro educativo se mantiene con dinero público -se trate de una escuela pública o de un colegio concertado- el trabajo de sus profesionales, las instalaciones, el saber y el conocimiento que tiene, o las actividades que se realizan, son públicas. La escuela es de la comunidad y también la comunidad es de la escuela.

Todo el mundo entra cuendo puede o quiere

Nuestro país es un país acogedor de niñas, niños y familias recién llegadas. Y también somos emigrantes; siempre hemos tenido interés en conocer y pisar otras tierras (por un tiempo o para siempre).
Ya hace tiempo que no existen las aulas "estáticas"; hoy podemos ser 20 niñas y niños en clase y mañana ser 23, o pasar en un par de meses de tener tres lenguas maternas a tener cinco. Y también puede ocupar el puesto de una maestra que ha sido madre, un maestro acabado de llegar no sólo a nuestra escuela sino a nuestra comarca.
Por eso, en cualquier momento, niñas o niños, familiares o profesionales de la educación podemos incorporarnos (desde nuestra realidad y experiencia anterior) a este proyecto educativo. Así pues, compartiremos espacios e ilusiones personas que hace tiempo que damos vueltas en el camino de la ecología con otras que acaban de dar el primer paso.

Educándonos entre iguales, entre diferentes

No sólo la maestra o el educador del comedor han de ser agentes educativos (o referentes y generadores del cambio). También puede tener este rol la persona que limpia el aula, el compañero de la madre de dos niñas, o las personas mayores de la residencia de la ciudad. Todo el mundo puede enseñar y compartir conocimientos y experiencias con sus iguales (niñas y niños o padres y madres entre ellos). Pero también lo podemos hacer con quien es diferente –el equipo de cocina con el de actividades de comedor, la campesina del pueblo con el alumnado, o un grupo de niñas y niños con un grupo de consumo ecológico).
Además, todas y todos podemos aprender. Quizás la directora de la escuela no sabe si los nabos se siembran o se plantan, o el maestro de sociales desconoce cómo funcionaban las comunidades de regantes que había donde ahora han construido un centro comercial.
Por eso, entendemos que la escuela es una comunidad de aprendizaje y un nudo educativo -formado por profesionales, familiares y alumnado-, dentro de un territorio que puede cambiar (a mejor).

Escuchando también hacia el otro lado

Los equipos docentes estamos acostumbrados a escuchar qué nos dice Inspección o quien legisla en educación, el alumnado a escuchar al docente, y la cocinera suele estar atenta a lo que le dice la jefa de su empresa. Pero quizás hemos perdido práctica en escuchar activamente.
Sabemos que tener un comedor ecológico no quiere decir que todo el mundo lo tenga claro ni interiorizado. Sin embargo esta propuesta educativa parte -antes de nada- de escuchar a todo el mundo: al alumno que protesta ("¿Cómo puedes saber que no te gustará esta crema de verduras si no la pruebas?"), al personal docente que tiene dificultades para incorporar al aula actividades de agroecología ("¿Te animas a colaborar de alguna manera en este programa?"), o a las madres que no parecen tener entre sus prioridades la comida ecológica ("¿Y si el menú ecológico tiene el mismo precio que el convencional?").

Más que de llegar o no, pendientes del camino

Esto no es como el fútbol profesional, donde lo importante sólo es ganar (sea como sea). Sobretodo nos importan dos cosas: la participación -de la mayoría o, al menos, una buena parte- y el proceso. Por ello no sabemos cómo se va (¡lo tendremos que ir decidiendo entre todo el mundo!), ni adónde queremos llegar (saber primero dónde estamos, dónde están y hacia dónde omenzamos a movernos).
No creemos en las decisiones verticales, ni en los cambios a golpe de decreto. Después de conocer quienes somos, dónde estamos, qué sabemos y con qué contamos (personas, lechugas, energías y pilas), ya tendremos nuestro punto de partida. Habrá diferentes ritmos, algunas personas se sumarán y otras abandonarán el barco ¡Qué le vamos a hacer! Pero de eso se trata; de ir caminando.

Aprender y des-aprender

Los agronegocios son muy poderosos, las grandes superficies acaparan buena parte del comercio de alimentación de nuestra ciudad y las transnacionales están acabando con buena parte de los negocios tradicionales que quedan.
Para intentar cambiar esta realidad, es importante incorporar nuevas prácticas –comer ecológico o valorar la cultura rural. Aún así, también tendremos que intentar cambiar hábitos de personas y costumbres de pueblos, que nos han inculcado sin pedirnos permiso.
También es necesario que la abuela, el conserje, la monitora del comedor, o el niño -todo el mundo en definitiva- vaya abandonando ciertas prácticas. Podemos acompañar el hecho de beber más zumos de fruta natural con una disminución en el consumo de bebidas y refrescos prefabricados, comprar más en puestos del mercado a la vez que intentamos pisar menos el súper, desayunar más fruta y bocadillos tomando más distancia del consumo de pastas industriales.

Incorporar perspectivas sociales e ideológicas en la escuela

Aumenta la producción de alimentos en el mundo pero también el número de personas desnutridas, la agricultura catalana tiene un futuro cada vez más negro, las aguas freáticas de comarcas enteras están contaminadas y las grandes superficies siguen prefabricando consumidores clónicos.
Con este panorama, un trabajo educativo sobre ecología no puede limitarse a promover un tipo de alimentos y cerrar los ojos ante los graves problemas sociales y ambientales que estamos padeciendo. La neutralidad ya no cabe ni en el aula ni en el comedor, porque ha caído enferma por una acumulación de pesticidas y porque se ha infectado de diversos virus sociales. Y, pobrecita ¡Es la última de la cadena trófica!
Todo el mundo debería poder elegir libremente lo que come, conocer su procedencia y la cómo se ha producido. Pero las grandes transnacionales se alimentan justamente de la libertad de les personas y de los pueblos, por esto nosotras y nosotros decidimos posicionarnos ideológicamente en contra de este modelo.

Patas arriba

Invitaremos a las niñas y los niños a preparar la cena a sus progenitores, a las cocineras a condimentar los platos con una pizca de didáctica, a la encargada de mantenimiento del edificio a hacer una receta de cocina, a los jóvenes agricultores a labrar las aulas, a las ganaderas a leer un cuento escrito para el aula de 5º, al chef del restaurante a preparar un pica-pica ecológico para la reunión del AMPA, y a madres y padres y hermanas y hermanos a preparar una comida en la escuela.
Si bien encontraremos propuestas educativas sencillas y prácticas pensadas para el funcionamiento habitual de la escuela (un maestro o una educadora de comedor tiene un tiempo, un grupo, un tema, una asignatura), posiblemente la gracia que tiene este material es que también da un salto por encima de las costumbres y las paredes, los cargos y las mesas, las profesiones y la infancia. Y lo cambia todo.

Sugerencias para no hacer caso

Las actividades no están pensadas para implementarlas ¿Quién puede decirnos qué hacer y qué no, si no conece al alumnado que tenemos delante, al equipo del que formamos parte o el talante de nuestra AMPA? ¿Quién se atreve a adivinar cuánto dura un debate o cómo adaptará la maestra el texto que tiene en las manos? Sólo son ideas pensadas para ayudar a pensar. Para cambiarla, para que deje paso a otra bien diferente o -incluso- para ponerla en práctica y explicarnos cómo la podemos mejorar.
Además, algunas están poco direccionadas porque entendemos que la educación trans-formadora es la que sólo pone los medios y acompaña al alumnado para que llegue a sus propias conclusiones.

En definitiva...

Una apuesta por la transversalidad porque podemos hacer matemáticas calculando los beneficios de los supermercados y las pérdidas de la agricultura tradicional...
Una buena dosis de realidad para que lleguemos a nuestras propias conclusiones...
Unas alternativas para que realmente podamos escoger y nos esforcemos en la idea de que no es verdad que sólo existe una única realidad...
Una evidencia; sólo cambiando la ciudad podremos tener un campo sano y salvo...